Contrariando casi la totalidad de las encuestas, el candidato oficialista Sergio Massa dio el batatazo este domingo aventajando por 1,7 millones (6,7 puntos porcentuales) al favorito Javier Milei, que había arribado lejos en primer lugar hace sólo nueve semanas en las Primarias Obligatorias.

Faltaré a mi promesa de mi columna anterior de explicar los factores que determinarán, a mi juicio, el resultado del plebiscito del plebiscito del próximo 17 de diciembre. En realidad pospondré su cumplimiento para la próxima semana, porque el resultado de la primera vuelta presidencial en Argentina modificó radicalmente el escenario que se prefiguraba para la segunda vuelta del 19 de noviembre próximo, por lo que bien vale la pena analizarlo.

Mientras Milei mantuvo su porcentaje de votos, Massa creció 15,25 puntos porcentuales, logrando seguramente captar la totalidad de los votos de su contrincante interno en las primarias, y buena parte de la adhesión del candidato más centrista derrotado en las primarias de Juntos por el Cambio, Horacio Rodríguez Larreta, jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires.

Si leyéramos el resultado en código chileno, diríamos que los candidatos de derecha (Milei y Bullrich) sumaron 53,8% y los de izquierda 46,2% (Massa, el peronista disidente cordobés Juan Schiaretti y la dirigente trotskista Myriam Bregman), por lo que el resultado ya estaría relativamente escrito.

Sin embargo, la política argentina es muchísimo más compleja y menos ideológica que la chilena. De hecho, su principal partido, el Justicialismo (Peronismo) nunca ha sido propiamente una formación política doctrinariamente definida en la izquierda (Perón y Menem son prueba de ello). La principal formación opositora actual es un conglomerado que incluye desde su fundación a formaciones de centroizquierda como la Unión Cívica Radical y la Coalición Cívica ARI, de Elisa Carrió, así como a sectores que se definen de centro. Y Milei ha constituido una coalición política que intenta situarse desde el populismo antipolítico y expresar el “que se vayan todos”, más que colocarse al lado de la derecha política, bastante minoritaria en la historia argentina.

Por lo mismo es que la segunda vuelta está completamente abierta y la temporada de caza de electores se abrió el mismo domingo en la noche.

¿Por qué tanta distancia entre lo que marcaba Massa en las encuestas (en torno a 30%) y lo que obtuvo en las urnas? Apostaría a la subdeclaración de sus preferencias, porque parte de sus electores sentían algo de vergüenza de confesar su voto por el ministro responsable de la situación inflacionaria -en Argentina hoy no se habla de otra cosa que de la inflación y del dólar- condenado irremisiblemente por los medios de comunicación y las redes sociales a perder la elección.

¿Y por qué tanta diferencia entre el 35% que marcaba Milei en la mayoría de las encuestas y el 30% de votos obtenidos el domingo? Porque después de su triunfo en las PASO se convirtió en la respuesta políticamente correcta, el favorito de los medios que, además, la rompía en las redes sociales, convertido en una especie de ídolo rock que conectaba muy bien con la demanda de “que se vayan todos”. Pero a la hora de concretar eso son muchos los que reculan, los que sufren de vértigo y retroceden a una conducta más racional, porque, para una franja de los electores, una cosa es protestar en unas primarias votando por “el Loco Milei” o expresando su preferencia en las encuestas y en el rating de sus apariciones televisivas siempre espectaculares, y otra muy distinta, es confiar lo suficiente para entregarle la conducción del país.

El Peronismo mostró su increíble resiliencia este domingo, tanto en la presidencial como en las parlamentarias y regionales. No sólo dio vuelta el primer tiempo del partido presidencial, sino que eligió tres senadores más (se renovaba un tercio del Senado) y, aunque perdió diez diputados (se elegía la mitad de la Cámara), fue por lejos la primera fuerza electoral con 37,8% de los votos.

Es que es una estructura vertebral de la sociedad argentina, también una cultura fuertemente arraigada, una historia común a prueba de hechos que la contradigan, una red clientelar que llega a todos los rincones de Argentina, una manera de ejercer el poder desde abajo hasta la cúspide beneficiando a todos los que participan.

Por supuesto que el resultado del Justicialismo este domingo es también fruto de beneficios sociales que aumentaron significativamente en las semanas previas a la elección, pero sobre todo el temor al desmantelamiento de la red de protección y ayuda del Estado en todas sus partes que representa tan histriónicamente Javier Milei.

Milei consiguió que esta vez -no ocurrió en las PASO- su votación se traspasara casi íntegramente a su lista de senadores, que obtuvo 25,9% de los votos y eligió ocho representantes al Senado. Y también en diputados, con 27,9% de los votos y 35 escaños. Un resultado en ambas elecciones muy superior al de Juntos por el Cambio, pero éste seguirá siendo mayor porque sólo se renovaba un tercio de la cámara alta y la mitad de la baja.

En todo caso, la nueva configuración del Senado y de la Cámara exigirá al próximo presidente argentino, cualquiera sea éste, la flexibilidad y capacidad política para construir mayoría para sus proyectos en ambas cámaras. Los argentinos, que son un pueblo de comentaristas deportivos y políticos, al menos parte importante de ellos, pondrán atención a las señales de ambos candidatos en la dirección de conquistar mayorías legislativas para evitar el bloqueo a sus iniciativas.

Quién es quién

Sergio Massa es un abogado de 51 años que entró al Justicialismo con un partido de centroderecha (Unión de Centro Democrático) que se integró al partido liderado entonces por Carlos Menem. Fue intendente, diputado, jefe de Seguridad Social, jefe del gabinete de ministros en la primera presidencia de Cristina Kirchner, fundador del Frente Renovador, opción centrista modernizadora en el Justicialismo.

En suma, es un conspicuo representante de la clase política argentina, reconocido por su independencia y su temprana ambición presidencial. Apostaría a que Massa tendrá toda la libertad para moverse al centro, porque el hecho de competir con Milei le asegura el voto de izquierda y kirchnerista. Volverá con naturalidad y comodidad a ser el político que se presentó como candidato a presidente en 2015 compitiendo con Cristina Kirchner apoyado por el Frente Renovador que fundó y la Democracia Cristiana. Se perfilará como el representante moderado y unificador del sistema político, como alternativa a quien propone radicalmente su reemplazo.

Javier Milei
es un economista de 53 años, autodefinido como anarcocapitalista, que fundó el Partido Libertario y ha tenido una fulgurante carrera, eligiéndose diputado por Buenos Aires en diciembre de 2021 y ganando las PASO en agosto pasado, convirtiéndose en protagonista indiscutido de la conversación en redes sociales y medios de comunicación. El eje principal de su posicionamiento es el reemplazo de la “casta” política actual, todos los sectores incluidos.

Si no consideramos un eventual sobresalto de la participación electoral el 19 de noviembre ni un probable incremento de los votos nulos y blancos a la hora de elegir entre dos candidaturas que tienen fuertes detractores, ganaría quien sumara 13,2 millones de votos.

Massa obtuvo 9,64 millones de votos, necesitaría agregar 3,6 millones. Debieran sumársele sin gran dificultad 2,4 millones de los votantes de Schiaretti, concentrados en Córdoba, así como los de la candidata de izquierda, de manera que para ganar necesitaría 1,2 millones adicionales provenientes de quienes optaron por Patricia Bullrich, la candidata de Juntos Por el Cambio. Eso equivale casi a la quinta parte de sus 6,2 millones de votos.

Juntos por el Cambio experimentará la migración de algunos de sus partidos o al menos de sectores de éstos hacia el apoyo a Massa, sin duda, pero cuánta repercusión tenga eso sobre los votantes de Bullrich, dependerá del comportamiento en campaña de ambos candidatos y de la credibilidad y confianza que logren restablecer ante ese electorado que le es profundamente refractario.

Milei obtuvo 7,88 millones de votos, necesita sumar 5,3 millones para ganar en segunda vuelta, eso equivale al 85% de la votación de Bullrich, a quien maltrató severamente durante la campaña. Pero ése es su desafío, y para ello debe convertir la elección que viene en un plebiscito al gobierno peronista, que tiene tasas de rechazo claramente mayoritarias. El punto es que la primera vuelta, por sus resultados inesperados, se convirtió más bien en un plebiscito a las propuestas de Milei, algunas de las cuales sin duda atemorizaron a buena parte de los electores.

El intríngulis que debe resolver el pueblo argentino no tiene precedente. O elige a quien ha dirigido la política económica este último año y tiene al país en el presente con una inflación descontrolada u opta por un candidato que ofrece un futuro de cambios radicales que generan vértigo, incertidumbre y duda respecto de la gobernabilidad.

No bastarán las campañas del terror que desplegarán ambas candidaturas, sin duda, una para alertar sobre el fin de todos los beneficios de la red de protección social y la otra para anunciar el definitivo naufragio de la economía argentina.

El 19 de noviembre ganará el que logre proponer un camino de unidad que rompa la polarización paralizante y quien logre mayor credibilidad y confianza para salir de la crisis sin destruir las bases de la sociedad argentina.

Los franceses -que tienen vasta experiencia en segundas vueltas- dicen que en la primera se vota con el corazón y en la segunda con la cabeza.