14 d'octubre de 2023
Per Ràdio Klara
3532 vistes


Nunca fui “el primero” en nada.

Nunca se me dio bien guiar, llevar, dirigir, conducir, mandar, ordenar, liderar, preceder, presidir, encabezar, gobernar, decretar, pilotar, ir delante, controlar, dominar, dictar, someter.

Y aunque hoy en día, se entiende que esa actitud no es lo que se requiere para alcanzar el éxito, sólo puedo decir que me ha servido para centrar mi atención en otras metas, librarme de un ego que te aparta de la realidad, de tener delirios de grandeza, de ser ambicioso, de intentar ser carismático, de tener que quedar bien con todo el mundo. Pude escapar de la prepotencia, de actitudes dictatoriales, de intentar imponer puntos de vista. Me he librado de la dificultad de reconocer los errores propios, de mirar por encima del hombro o de hacer recaer las culpas sobre los demás cuando no salen las cosas como uno quiere.

Nunca me molesté mucho en diseñar planes que imaginaran diversos escenarios y previeran las posibles respuestas. Un autocuidado exagerado para ganar fortaleza, tampoco fue mi fuerte. Pocas veces me preocupó si le caía mal a alguien por lo que soy o por lo que ellos creen que soy. Nunca busqué alianzas para ganar poder o confianza. Las hubo, pero se fraguaron sobre la marcha y para situaciones concretas. Siempre intenté generar resiliencia para afrontar tiempos difíciles, remendar los conflictos y evitar que las cosas empeoraran,  lo cual tampoco ayuda a ser “el primero”.

Una cosa si tuve clara: Mis límites, en el sentido de saber lo que para mí es aceptable y lo que no lo es. Pero tampoco eso fue ningún problema, puesto que siendo consciente de mis capacidades, habilidades y flaquezas, siempre supe cuál era mi lugar en los diferentes escenarios en los que he tenido que actuar, variados en continentes, trabajos, gentes, culturas, paisajes, climas, proyectos y demás circunstancias.

Y puedo asegurar, que no resulta fácil, pues el ego es una especie de monstruo con el que resulta extremadamente difícil lidiar. Un ego siempre al acecho, que todo lo abarca, todo lo llena, todo lo enmascara, intentando guiar el comportamiento por encima de la razón. No hay frustración por ello, puesto que frustrado por no poder ser quien decide todo, sólo puede sentirse quien se cree predestinado a ser “el primero” en todo, que como he comentado anteriormente, no es mi caso.

Más bien al contrario, no querer ser “el primero” lo considero una virtud que siempre me supuso recompensas varias. Por ejemplo, poder disfrutar de los pequeños detalles sin estar pendiente de tener que ocupar, a toda costa, esa primera prescindible posición. O basar las relaciones en la solidaridad o apoyo mutuo antes que en la imposición. O primar el respeto (relación horizontal de igualdad) sobre la tolerancia (relación vertical de superioridad).

Muchos «primeros», aparte de olvidar pronto cuando fueron “segundos”, nunca aprendieron las implicaciones de ser “el primero”. Porque querer ser primero a toda costa, implica dificultades para ver a los demás como iguales, favorece actuaciones discriminatorias o de superioridad. Implica estar continuamente comparando con otros, a ser posible para detectar sus debilidades, en vez de fijarse en lo positivo y aprender. Implica destinar esfuerzos a encumbrarse, cortando cabezas si es preciso, en vez de dirigir esos esfuerzos a favorecer interacciones humanas positivas.

Querer ser “el primero”, implica empeñarse en destacar sobre quienes nos rodean, impidiendo disfrutar de la vida, de los pequeños gestos: sonrisas, abrazos, miradas, paseos, confianza, serenidad, discreción, complicidad, etc.,..… Y desde luego, pocas veces hay honestidad cuando se exponen los motivos por los que se quiere ser “el primero”. ¿Será por querer mandar, será por querer ayudar, será por presumir, será por quedar bien con uno mismo, será por querer esconder ciertas debilidades?

Quienes aspiran, fanáticamente, a ser “los primeros”, se enfrentan continuamente al dilema de elegir entre dominar sin rivales un espacio más pequeño o compartir con otros, quizás como «segundo», un espacio más grande. En ese sentido, ahí está la anécdota de Julio César, que cuando marchaba con sus legiones a la conquista de Roma, pasó por una pequeña aldea. Los miembros de su comitiva empezaron a burlarse de dicho lugar, hasta que César los sorprendió con esta frase: “Malo hic ese primus quam Romae secundus” (Preferiría ser el primero en esta aldea que el segundo en Roma).

Cuando la fijación es querer ser a toda costa “el primero”, es difícil atender comentarios, recibir sugerencias, mostrar proximidad, tener en cuenta proposiciones, apreciar sensibilidades, compartir confidencias,….puesto que todo se distorsiona ante el objetivo de “ser el primero”, además del filtro que suponen quienes, necesitados de líder o jefe, se dedican a encumbrarte.

Nos encaminamos hacia un modo de convivencia en que ganar es sinónimo de ser “el primero”, no de ser mejor. Ganar experiencia, irradiar confianza, actuar con mesura, aprender a escuchar, aumentar la sensibilidad, fortalecer afinidades, valorar lo que se tiene, cuidar amistades, encontrar argumentos, cultivar la empatía, recuperar la capacidad de emocionarse.

Pareciera que todo eso no importa si, finalmente, no quedaste “el primero”.




Autor font: Radioklara.org